Patrimonio de la Humanidad *





El acontecimiento cultural de la semana ha sido, evidentemente, la admisión de la candidatura de Alcalá como ciudad patrimonio de la humanidad. Se trata, evidentemente, de una excelente noticia por la que hemos de felicitarnos, a la espera eso sí de que lo que hoy es tan sólo una candidatura -que no es poco- acabe convirtiéndose en una realidad.

Yo, la verdad, he de confesar que en un principio era bastante escéptico al respecto, principalmente porque las anteriores poblaciones agraciadas con este título -Santiago, Toledo, Granada, Segovia...- eran ciudades que contaban con un impresionante patrimonio artístico y monumental con el que Alcalá, pese a todo, no podía competir, ciudades que además tenían el turismo como uno de los principales pilares de su economía y que, como tales, eran conocidas internacionalmente. Alcalá, por el contrario, pese a no faltarle méritos era evidente que estaba muy atrás.

Ahora, por el contrario, Alcalá no desmerece frente a los últimos nombramientos -Cuenca, por ejemplo- ni tampoco frente al resto de las candidaturas, aunque las dispares características de las mismas hacen que resulte difícil cualquier posible intento de comparación. Además, de una forma evidentemente acertada los argumentos utilizados no han sido tanto nuestro a pesar de todo importante patrimonio artístico, sino la condición de foco cultural que durante siglos ostentó nuestra ciudad.

Sin embargo, y desde la satisfacción que me produce este hecho, me gustaría hacer de abogado del diablo insistiendo en algo que ya apuntó recientemente mi compañero de redacción y amigo Pedro Enrique Gómez: El nombramiento de ciudad patrimonio de la humanidad, si finalmente se consigue, no ha de ser considerado como una meta, sino tan sólo como un inicio ya que de poco habría de servir si se convierte en un oropel vacío al estilo de esos diplomas que todos tenemos arrinconados en el fondo de algún cajón. Puesto que siempre nos hemos lamentado de que el turismo no acaba de arrancar en Alcalá, fracaso del que evidentemente tenemos gran parte de la culpa nosotros mismos, ahora tendríamos una ocasión de oro para aprovechar lo que podría llegar a ser una importante inyección de dinero a la maltrecha economía complutense.

Quizá sea una comparación muy cogida por los pelos, pero no puedo evitar hacerla. Hace poco más de trescientos años, en 1687 concretamente, Alcalá conseguía el título de ciudad gracias a dos circunstancias que nada tenían que ver con su pasado glorioso: Por un lado, la pugna secular entre el ayuntamiento y la universidad reflejada en disputas protocolarias que hoy nos parecerían ridículas, pero que entonces eran tomadas muy en serio. Por otro, la avidez recaudatoria de una hacienda pública -la de Carlos II- completamente arruinada, que vendió literalmente el título de ciudad a Alcalá a cambio de una buena cantidad de dinero. Lo irónico del caso fue que, aparte de entramparla todavía más, el título de ciudad no supuso el menor beneficio real para Alcalá fuera de los ya comentados oropeles protocolarios.

Sería una verdadera lástima que con el título de ciudad patrimonio de la humanidad nos volviera a suceder lo mismo, y desde luego de ocurrir así perderíamos una excelente oportunidad de apuntalar nuestra economía. Ser patrimonio de la humanidad ha de ser motivo de orgullo para todos nosotros, por supuesto, pero por encima de todo ello tiene que ser planteado como un negocio al cual hay que sacarle el mayor rendimiento posible. Si no es así, para este viaje no nos habrían hecho falta alforjas.




* Como es sabido, este título le fue concedido finalmente a Alcalá el día 2 de diciembre de 1998, en reconocimiento no a su patrimonio monumental, como erróneamente se pudiera creer, sino por la labor cultural desarrollada por la Universidad durante varios siglos. En cuanto a lo que yo comentaba en esta Gacetilla acerca de rentabilizar el título, si bien es cierto que la afluencia de turistas se incrementó espectacularmente, en otros temas por desgracia queda todavía bastante que resolver, como se puede comprobar sin más que paseando por las calles de la ciudad.


Publicado el 28-6-1997, en el nº 1.531 de Puerta de Madrid
Actualizado el 17-5-2009