Cipriano de la Huerga, un cisterciense humanista





Portada de uno de los libros de Cipriano de la Huerga
Ilustración tomada de la Universidad de Sevilla




Henares de agua clara enriquecido
sus húmidos cabellos se arrancaba,
y al lastimoso llanto le ayudaba
de las musas el coro entristecido.

El comarcano monte oía el sonido
lloroso y triste canto le enviaba
y todo lo que en torno le escuchaba
lloraba de piedad enternecido.

Cipriano (decía el río) ¡Ay Cipriano
amado hijo! que con fértil vena
regaste al pueblo grato la ribera,

no beberá de mí más agua buena
quien desconoció el seno soberano
del más divino hijo que pariera.

Soneto anónimo leído en las exequias de Cipriano de la Huerga


Dentro de la abultada nómina de personajes ilustres -profesores y alumnos- que pasaron por las aulas de la antigua universidad complutense durante sus tres siglos largos de existencia, merece una mención especial la pléyade de humanistas -la flor y nata del pensamiento intelectual renacentista- que, con sus esfuerzos, contribuyeron a dar lustre, allá por la primera mitad del siglo XVI, a la recién nacida fundación cisneriana, cimentándola un merecido prestigio no sólo a nivel español, sino también europeo. Luego vendrían los tiempos de la Contrarreforma y la represión instigada por el Concilio de Trento, malos tiempos para la libertad de pensamiento e inicio de una larga etapa de oscurantismo en nuestro país; pero eso sería posterior a la época en la que nuestro personaje biografiado, Cipriano de la Huerga, sentara sus reales en nuestra ciudad.

Cipriano de la Huerga nació, en el seno de una humilde familia, hacia 1509 ó 1510 en la villa de Laguna de Negrillos, situada en el Páramo leonés no muy lejos de la localidad de La Bañeza. En 1527 ingresó en el monasterio cisterciense de San Esteban de Nogales, al sur de la actual provincia de León y cercano a la divisoria con Zamora, cursando sus primeros estudios, probablemente, en los monasterios bernardos de Moreruela y Valparaíso y, quizá también, en Salamanca.

Aunque está documentado que cursó en Alcalá cuatro cursos de Arte entre 1531 y 1535, y posteriormente otros cuatro de Teología entre 1535 y 1539, no se graduaría hasta 1551 y no en Alcalá, sino por la mucho menos importante Universidad de Sigüenza. Al parecer, lo que le faltó a nuestro personaje no fue ni capacidad ni valía, debiéndose este cambio a la imposibilidad de cumplir con los exigentes requisitos de la Universidad alcalaína, que requería un total de diez años de estudios de Teología para poder acceder a una licenciatura en esta disciplina académica.

Esto no quiere decir que en los doce años transcurridos entre 1539, fecha en la que concluyó sus estudios en Alcalá, y su graduación como bachiller, licenciado y doctor en Sigüenza en 1551, Cipriano de la Huerga se mantuviera ocioso. Durante varios años residió en el monasterio de Santa María de Nogales, cercano a su villa natal, al que rigió como abad entre 1544 y, cuanto menos, hasta 1548. Ese mismo año viajó al parecer a Lovaina, donde estudió griego y lenguas semíticas.

Con todo este bagaje cultural muy pronto habría de significarse el monje cisterciense por su erudición, convirtiéndose en un experto en lenguas clásicas -latín, griego, hebreo y caldeo- y en otras disciplinas tales como teología, filosofía, poesía, música y astrología, sin olvidar sus asimismo notables méritos como orador sagrado, lo que le llevó a recibir, de manos de sus contemporáneos, calificativos tales como el Cicerón cristiano o el Fénix de España.

Un nuevo giro tuvo lugar en su vida en 1549, fecha en la que sus superiores le enviaron de nuevo a Alcalá como lector de Teología en el colegio menor que su orden poseía en Alcalá adscrito a la Universidad cisneriana. Este colegio, hoy desaparecido, había sido fundado en 1525, asentándose en los edificios del antiguo convento de Santa Librada, abandonado por sus propietarias originales, las monjas clarisas, al trasladarse éstas a su nueva sede de la calle de la Trinidad, donde todavía hoy continúan. Estaba situado en la calle de los Colegios, entre el colegio Trilingüe -actual Hostería del Estudiante-, del que le separaba la calle de San Pedro y San Pablo, y el colegio de los Trinitarios Calzados, cuyo edificio, muy modificado, fue hasta hace poco asilo de ancianos del ayuntamiento de Madrid, y sede ahora de la Fundación Pablo Iglesias. Demolido a mediados del siglo XIX junto con el vecino convento de San Diego, sobre su solar se construyó el cuartel de Lepanto.

Un año después de su llegada a Alcalá Cipriano de la Huerga ganó por oposición la cátedra de Sagrada Escritura, que había quedado vacante, manteniéndola durante tres períodos cuatrienales -las plazas, entonces, no eran vitalicias- hasta su prematuro fallecimiento, acaecido el 4 de febrero de 1560. Fueron alumnos suyos, entre otros, personajes de la talla de Fray Luis de León, Pedro de Fuentidueña, Benito Arias Montano o el padre Mariana. Alcanzó tal fama, que llegó a ejercer de consultor real, siendo elegido para pronunciar un sermón ante la Universidad con motivo de la proclamación de Felipe II como rey en 1556.

Sin embargo, los últimos años de su vida no fueron fáciles. En 1559 comenzaron a sufrirse en España las negativas consecuencias de la Contrarreforma, iniciando la Inquisición sus tristemente célebres autos de fe, que se cebaron con saña en los humanistas, al tiempo que se proscribía el erasmismo y se prohibía a los españoles cursar estudios en las universidades extranjeras. Muchos amigos y discípulos de Cipriano de la Huerga sufrieron en sus propias carnes esta persecución, e incluso él mismo llegó a estar en el punto de mira de los celosos inquisidores. Asimismo su salud se resintió gravemente, hasta el punto de casi impedirle la reválida de su cátedra en 1560, tan sólo un mes antes de su fallecimiento.

El prestigio del que gozaba entre sus contemporáneos era tan grande, que en sus exequias se leyeron numerosas obras en loor de su figura y su obra, de las cuales es buena muestra el soneto anónimo que encabeza este artículo, al cual el maestro de capilla de la catedral de Sigüenza Matías Chacón adaptaría musicalmente para órgano y cuatro voces. Fray Cipriano fue enterrado en el coro bajo de la iglesia de su colegio alcalaíno, lo que hace suponer que su tumba desapareciera a raíz de la demolición de este templo, perdiéndose de esta manera los restos del insigne humanista. Tan sólo un mes de su muerte, el capítulo general de la orden cisterciense decidiría la impresión de sus obras in publicam Ecclesiae utilitatem, aunque parte de ellas quedarían inéditas. . No sería sino hasta fecha tan reciente como 1990 cuando la Universidad de León emprendió, bajo la dirección de Gaspar Morocho Gayo, la publicación de sus obras completas, salvo aquellas que fueron dadas por desaparecidas.

Quienes no debieron de pensar lo mismo acerca de su importancia fueron los celosos inquisidores, ya que en 1612, más de cincuenta años después de su muerte, varios trabajos de Cipriano de la Huerga fueron incluidos en el Índice de libros prohibidos, lo que motivó que la obra de este insigne humanista cayera en el olvido durante siglos.

El espíritu de su obra está reflejado, a modo de símbolo, en el emblema con que las firmaba, una mano empuñando un barreno -símbolo de la clarividencia y la penetración- que atraviesa una nube, todo ello rodeado por sendas frases en latín, griego y hebreo alusivas a la inspiración divina deseada por el autor. La mayor parte de sus libros son exégesis -comentarios o interpretaciones- de diversos libros de la Biblia: Génesis, Salmos, Nahum, Job, Jeremías o el Cantar de los Cantares, del Antiguo Testamento, o sobre los evangelios de san Mateo y san Juan, varias epístolas y el Apocalipsis, del Nuevo.

Otros trabajos suyos fueron el desaparecido De ratione musicae et instrumentorum apud veteres hebraeos, el Parecer del Maestro fray Cipriano sobre el asiento y capitulaciones que su Majestad hizo con Fernando Ochoa sobre la conducción de esclavos a las Indias, la Carta a Don Antonio de Ochoa, ayo del Príncipe don Carlos, y el Sermón de los Pendones, leído en la universidad de Alcalá, como ya quedó dicho, con ocasión de la proclamación, en 1556, de Felipe II como rey de España.


Publicado el 18-1-2003, en el nº 1.793 de Puerta de Madrid
Actualizado el 10-7-2013