Pablo de Céspedes, artista y poeta





Dentro del nutrido grupo de personajes que pasaron por las aulas de la universidad alcalaína brilla con luz propia el nombre de Pablo de Céspedes, pintor, escritor y poeta español de la segunda mitad del siglo XVI.

No se conoce con exactitud la fecha de nacimiento de Pablo de Céspedes; según los distintos autores éste tuvo lugar bien en 1538, bien en 1548, en la ciudad de Córdoba. Céspedes era hijo de una familia acomodada que estaba emparentada con la del cardenal Cisneros, lo que motivaría que su familia le enviara a estudiar a la universidad de Alcalá, donde ejercían su profesión varios catedráticos amigos de su familia, entre ellos el también cordobés Ambrosio de Morales.

Corría el año 1556 cuando Pablo de Céspedes, que a la sazón contaba con dieciocho años de edad (si aceptamos la fecha de 1538 como la más probable para su nacimiento), llegaba a nuestra ciudad para comenzar sus estudios superiores. En nuestra universidad destacaría rápidamente por sus estudios hasta el punto de que su paisano Ambrosio de Morales llegó a cederle su propia cátedra en varias ocasiones.

Por fin, Céspedes se graduaría en Teología y Artes adquiriendo asimismo una sólida formación en lenguas clásicas, latín, griego y hebreo, lo que le permitiría alcanzar una firme cultura humanística. Y como tantos personajes de su época, una vez terminados sus estudios partiría hacia Roma, la meca del renacimiento europeo.

Los distintos autores discrepan sobre la fecha a partir de la cual Céspedes habría residido en la capital italiana, habiéndose llegado a especular con la posibilidad de que el artista cordobés llegara a conocer a Miguel Ángel en los últimos años de su vida, hecho éste que no ha podido ser comprobado y que no comenta Céspedes en ninguna de sus obras. Pero independientemente de que nuestro personaje se relacionara o no con el gran artista florentino, lo cierto es que aprovechó a conciencia su estancia en la Ciudad Eterna por cuanto que ésta le sirvió para afianzar su carrera de dibujante y pintor, cultivando la amistad de los numerosos artistas que por entonces habitaban en Roma. Hasta 1577 residiría en Italia visitando, además de Roma, otras ciudades tales como Nápoles, Siena, Florencia y Génova. Por fin, ese mismo año regresó a España tomando posesión de una plaza de racionero en la catedral de Córdoba, ciudad en la que residiría, alternándola con Sevilla, hasta el momento de su muerte, que tuvo lugar en la vieja capital califal el día 26 de julio de 1608, siendo enterrado en una capilla de la catedral cordobesa.

En cuanto a su obra, ésta es tan completa y variada como cabía esperar de un renacentista. Como pintor realizó obras tales como Santa Ana con la Virgen, san Juan Bautista y san Andrés y La última cena, ambas en la catedral de Córdoba; varias obras en la catedral de Sevilla tales como algunos frescos, El sacrificio de Isaac y Las santas Justa y Rufina; Aparición de la Trinidad a San Ignacio camino de Roma, el cuadro que ilustra el presente artículo, actualmente en el paraninfo de la Universidad Sevilla pero procedente del antiguo convento de jesuitas sevillano y, dispersos por distintos lugares tales como colecciones particulares o museos como el provincial de Sevilla o la Academia de San Fernando, existen cuadros con su firma como La visión de san Cayetano, La última cena, San Hermenegildo o escenas de martirios de diversos santos. Fuera de España, en su etapa italiana, realizó varias pinturas murales tales como la de la iglesia de la Trinidad del Monte o el fresco de la capilla sepulcral del marqués de Saluzzo, en la iglesia de Araceli.

Como escultor realizó en mármol una cabeza para restaurar una estatua mutilada de Séneca, una talla de san Pablo que conserva la catedral de Córdoba y el modelo de una estatua en bronce (fundida por Juan de Bolonia) del cardenal sevillano Rodrigo de Castro.

También trabajaría Céspedes. en el retablo de la iglesia de los jesuitas de su ciudad natal, del que hizo las trazas, lo que supuso una incursión de nuestro personaje en el campo de la arquitectura.

Ya dentro de la literatura, destacaría Pablo de Céspedes como un escritor prolífico y afamado; suyos son un estudio sobre la antigüedad de la catedral cordobesa, una comparación de la pintura antigua y la moderna, un estudio sobre el templo de Salomón y diversos opúsculos tales como cartas sobre las antigüedades de la Bética, otras sobre las antigüedades de Córdoba o un tratado de perspectiva.

Pero fue en el campo de la poesía donde alcanzó Céspedes mayor celebridad con su Poema de la pintura o Arte de la pintura, obra perdida en parte al conservarse tan sólo algunos fragmentos de la misma publicados en 1649 por el también pintor y escritor Francisco Pacheco del Río, y posteriormente por otros autores. Este poema, escrito en octavas reales, es un auténtico tratado sobre las técnicas de la pintura tal y como se conocían en el siglo XVI, y supone además una notable composición que ha llegado a ser comparada con las Geórgicas de Virgilio.

Otras obras poéticas suyas son un Poema sobre el cerco de Zamora, el Elogio de Fernando de Herrera y numerosas odas y sonetos. También sus conocimientos de otros idiomas permitieron a Céspedes realizar traducciones, lo cual nos da una idea de la versatilidad de este humanista cordobés.

Para terminar, tan sólo nos queda recordar cómo Pablo de Céspedes tuvo que afrontar en 1560 un proceso de la Inquisición por haberse encontrado una carta suya dirigida al arzobispo de Toledo fray Bartolomé de Carranza en la que se vertían comentarios negativos sobre el Santo Oficio y el inquisidor general. El propio Carranza experimentó en su propia carne los rigores de la Inquisición, ya que llegó a sufrir pena de prisión acusado de herejía, mientras Céspedes tendría más suerte que su protector puesto que, como hemos visto, su carrera no sufrió ninguna interrupción y pudo tener acceso a un cargo eclesiástico que conservó hasta su muerte.


Publicado el 25-4-1987, en el nº 1.045 de Puerta de Madrid
Actualizado el 1-2-2006