El galeón San Diego





Un galeón español de la época



Como es sabido, durante varios siglos gran parte de los barcos españoles, tanto civiles como de guerra, fueron sido bautizados con nombres de santos, quizás en un intento que hoy nos puede parecer ingenuo de invocar la protección de los mismos. Ya en su día dediqué un artículo al San Justo, uno de los navíos españoles que intervinieron en la batalla de Trafalgar, y ahora le llega el turno al galeón San Diego.

Si a diferencia de muchos de sus coetáneos el San Diego ha llegado a ser conocido en nuestros días, ello se debe a las circunstancias en las que se vio envuelto y que le han hecho alcanzar fama póstuma. Pero no nos adelantemos y comencemos recordando al Galeón de Manila, como se llamaba al buque que periódicamente enlazaba las islas Filipinas con el puerto mexicano de Acapulco, trayendo mercancías del Extremo Oriente (los famosos mantones de Manila venían en realidad de China, vía Filipinas) pagadas con la plata extraída en los yacimientos mexicanos. Entre los años 1565 y 1821 (tan sólo la independencia mexicana logró interrumpirlo) estos galeones realizaron infinidad de viajes de ida y vuelta entre Manila y Acapulco transportando mercancías y pasajeros a lo largo de toda su ruta, la cual duraba varios meses aunque, a causa de los ciclos climáticos anuales en ocasiones no era posible mantener una frecuencia anual.

Pese a todas las dificultades, el Galeón de Manila fue un elemento dinamizador de primer orden en la economía de la cuenca del Pacífico Norte, y proveyó de infinidad de productos chinos y japoneses tanto a las colonias españolas como a la propia Europa. Por supuesto fueron muchos los diferentes buques que atravesaron el Pacífico durante esos dos siglos y medio, el recuerdo de la mayoría de los cuales yace en el olvido; no así el del San Diego. Veamos por qué.

Corría el mes de octubre de 1600 cuando una flota holandesa, entonces en guerra con España, intentó atacar Manila. Francisco Tello, gobernador de la plaza, organizó su defensa armando los buques que en esos momentos se hallaban fondeados en el puerto: el galeón San Diego y otras tres unidades menores. El San Diego, al mando del cual estaba el almirante Antonio de Morga, había sido armado precipitadamente con catorce cañones de bronce de diferentes calibres procedentes de las defensas de Manila, y el total de las fuerzas españolas ascendía a unas cuatrocientas cincuenta personas; demasiado poco para enfrentarse a los cuatro buques que componían la escuadra enemiga.




Maqueta del galeón Sanm Diego. Fotografía tomada de manila-photos.blogspot.com


Finalmente los navíos españoles se hicieron a la mar el 10 de diciembre, trabando combate poco después con los holandeses. Pese a su inferioridad los marinos españoles plantaron cara a sus enemigos, a los cuales consiguieron rechazar capturándoles incluso uno de los barcos, aunque para ello hubieron de pagar un alto precio: tras haber abordado al Mauritius, buque insignia holandés, después de varias horas de combate la aparición de una vía de agua obligó a Antonio de Morga a abandonar su presa; aunque intentó salvar al galeón refugiándose en el puerto, el San Diego se iría a pique poco después arrastrando con él a unos trescientos miembros de su tripulación. No obstante, su sacrificio no resultaría inútil, puesto que tras el descalabro sufrido los holandeses no volverían a internarse en las posesiones españolas de Extremo Oriente.

Si la historia del San Diego se hubiera quedado aquí, ésta no pasaría de ser la de uno de tantos naufragios cuyos restos jalonan los fondos oceánicos; pero en 1992, casi cuatrocientos años después de que se lo tragaran las aguas del Pacífico, Frank Goddio, arqueólogo submarino para unos y cazatesoros para otros, localizó su pecio, sumergido a más de cincuenta metros de profundidad, y consiguió extraer más de 6.000 objetos de su interior, algunos de innegable valor dado que el galeón llevaba sus bodegas repletas de mercancías de todo tipo: joyas, porcelanas, monedas, armas... Parte de los objetos recuperados fueron adquiridos en 1999, al precio de 900 millones de pesetas, por la Comunidad de Madrid y Cajamadrid, siendo depositados en el Museo Naval de la capital española, donde pueden ser contemplados, mientras el resto de ellos era repartido entre los museos Nacional de Filipinas y Guimet de París.




Los otros San Diego españoles


Aquí acaba la historia de este galeón, pero no la de los barcos que posteriormente compartieron su nombre, una práctica habitual ya que éstos solían repetirse una vez que el buque inicial había desaparecido. Aunque la ausencia de registros suficientemente completos anteriores al siglo XVIII nos impide establecer la relación de todos ellos, rebuscando por aquí y por allá, he logrado encontrar algunas referencias a otros San Diego.

En 1598, dos años antes del naufragio del galeón, los dos buques supervivientes de la escuadra de cuatro con la que Oliver van Noort partió de Holanda llegaron a Manila combatiendo con los navíos españoles que la defendían, resultando hundido el patache -un navío ligero antecesor de los bergantines y las goletas- San Diego.

Entre mayo de 1602 y febrero de 1603 el explorador español Sebastián Vizcaíno, al mando de los navíos San Diego, Santo Tomás y Tres Reyes realizó una campaña de exploración de las costas californianas, poco conocidas todavía pese a los viajes realizados a mediados del siglo anterior por Juan Rodríguez Cabrillo. Se da la circunstancia de que fue precisamente Vizcaíno quien bautizó con el nombre de San Diego al puerto sobre el que andando el tiempo se alzaría la ciudad homónima, siendo los motivos de su elección el hecho de que arribaran allí el día de la festividad de este santo (el 10 de noviembre) y que uno de sus buques ostentara precisamente este nombre.

El 17 de julio de 1615 tuvo lugar la batalla naval de Cañete, en las cercanías del puerto peruano de El Callao, entre la escuadra corsaria holandesa de Joris van Spilbergen y otra española al mando del almirante Pedro Álvarez del Pulgar formada por dos galeones, un patache y cinco galeones mercantes precariamente armados, uno de los cuales era el San Diego. Éste, al mando del capitán Juan de Nájera, contaba con una tripulación de 80 hombres y estaba armado con 8 cañones -según otras fuentes carecía de artillería-, por lo que poco podía hacer frente a los mucho más poderosos navíos holandeses, con 40 cañones los de mayor tamaño. Los buques españoles, muy inferiores en potencia de fuego, fueron derrotados perdiéndose dos de ellos -uno de los galeones y el patache- mientras el resto, entre ellos el San Diego, lograron refugiarse en el puerto de El Callao, que fue atacado por los corsarios el día 21, aunque las defensas costeras lograron rechazarlos.

En marzo de 1640 encontramos otro San Diego que al mando de Pedro Porter y Casanate, también explorador de las tierras californianas, zarpaba de nuestro país con destino a Nueva España (México) formando parte de la flota del almirante don Jerónimo Gómez de Sandoval, y entre los años 1683 y 1684 Francisco Gutiérrez de los Ríos y Córdoba, conde de Fernán Núñez, recorría diferentes puertos mediterráneos en otro San Diego. En realidad no se puede determinar con seguridad que se trate de navíos diferentes, aunque dada la vida media de los mismos lo más probable es que así fuera.

El 23 de octubre de 1702, dentro del marco de la Guerra de Sucesión española, tuvo lugar en la ría de Vigo la batalla de Rande, donde una flota de catorce galeones recién llegados de América cargados de oro, plata y otras mercancías valiosas, estaban procediendo a descargar sus bodegas cuando fueron atacados por una imponente flota de 54 navíos ingleses, holandeses y austríacos. Los galeones españoles estaban desarmados puesto que los cañones y la munición habían sido retirados en su puerto de origen con objeto de dejar más sitio para las mercaderías, y aunque estaban escoltados por tres galeones armados y varios buques menores, todos españoles, así como por una flota francesa de quince navíos y tres fragatas, la flota hispano-francesa era muy inferior en buques y en capacidad de fuego a la enemiga, por lo que la batalla se saldó con una derrota total del bando borbónico y todos sus buques capturados o hundidos. A partir de entonces surgieron leyendas acerca de la captura por parte de los atacantes del inmenso botín, o bien que éste yacía en el fondo de la ría de Vigo dentro de las bodegas de los galeones hundidos, pero la realidad histórica, más prosaica, dice que la mayor parte del mismo había sido ya descargada con anterioridad al ataque, y puesta a salvo en Madrid tras un azaroso traslado en varios cientos de carretas.

Lo que sí resultó cierto fue la pérdida de la totalidad de los galeones mercantes, uno de los cuales llevaba el nombre de San Diego de San Francisco Javier en llamativa duplicidad de la que desconozco el motivo. Éste, que conservaba todavía parte de la carga, resultó incendiado y posteriormente fue asaltado por los marinos ingleses, que saquearon sus bodegas y lograron evitar su hundimiento, siendo uno de los dos galeones españoles, junto con tres buques de guerra franceses, que fueron capturados por la flota enemiga, yéndose a pique todos los restantes. Lamentablemente, desconozco su paradero a partir de ese momento.

En 1728 vuelve a aparecer otro San Diego, en esta ocasión un paquebote (barcos rápidos, pero de pequeña envergadura), armado con ocho cañones -dieciséis según otras fuentes- y construido en el Reino Unido, sin que pueda determinar más detalles sobre el mismo salvo que intervino en 1732 en la toma de Orán -otros autores citan al navío Padre San Diego, de cincuenta cañones- y un año más tarde en la reconquista del reino de Nápoles.

De mucho mayor empaque era el navío de línea Oriente, conocido también bajo la advocación de San Diego de Alcalá. Construido en el Ferrol en 1753 bajo el sistema inglés, o de Jorge Juan, fue uno de los conocidos popularmente como Los Doce Apóstoles, grupo del que también formaron parte el Neptuno (a) San Justo y el Magnánimo (a) San Pastor. Era un navío de dos cubiertas y 74 cañones, es decir, de tamaño mediano. Dentro de su historial se cuenta su participación en 1775, formando parte de la escuadra del teniente general don Pedro González Castejón y bajo el mando del brigadier don Juan Antonio Cordero, en el fallido ataque a Argel. En 1779, integrado en esta ocasión en la escuadra del teniente general don Luis de Córdoba, participó en la primera campaña hispano francesa del Canal de la Mancha. En 1780 capturaría un convoy británico en aguas de Madeira, un año más tarde participó en la segunda campaña del Canal de la Mancha y en 1782 intervendría en la batalla del Cabo Espartel. Fue también uno de los navíos que formaron en 1790 la flota que se armó a raíz del incidente de la bahía de Nookta, aunque finalmente no llegó a estallar la guerra. Desarmado en 1804 en el Ferrol, fue dado de baja dos años más tarde por falta de carena.




Los San Diego norteamericanos


En la Armada norteamericana han figurado, por supuesto siempre de forma sucesiva, nada menos que cuatro unidades bautizadas como USS San Diego. Esto se debe a que en la ciudad californiana de este nombre está ubicada una de las más importante bases navales de los Estados Unidos, razón por la que estos cuatro buques fueron llamados así en homenaje a ella.




El ACR-6 USS San Diego en 1915
Fotografía tomada de la Wikipedia


El más antiguo de los cuatro fue el crucero acorazado que, con el ordinal ACR-6 (siglas en inglés de Armored Cruiser 6, crucero acorazado número 6), botado en 1904 con el nombre de California, que le sería cambiado por el de San Diego en 1914, entrando en servicio en 1907. Perteneciente a la clase Pennsylvania, intervino en diversas acciones navales y participó asimismo en la Primera Guerra Mundial, siendo hundido en 1918, por un submarino alemán, frente al puerto de Nueva York.




El CL-53 USS San Diego en 1944
Fotografía tomada de la Wikipedia


Su relevo lo tomó el crucero ligero CL-53, de la clase Atlanta. Botado en 1941 y entrado en servicio en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, en la cual participó activamente interviniendo en batallas tan famosas como las de Guadalcanal, Iwo-Jima y Okinawa hasta llegar a ser uno de los buques más laureados de toda la Armada norteamericana con un total de quince condecoraciones. Fue asimismo el primer barco de guerra americano que entró en la bahía de Tokio tras la rendición de Japón.




Monumento dedicado al CL-53 USS San Diego en San Diego (California)
Fotografía tomada de la Wikipedia


Su larga hoja de servicios no le libró de ser retirado del servicio activo en fecha tan cercana como 1946, tan sólo cinco años después de su botadura, presumiblemente porque, una vez acabada la guerra, la Armada estadounidense no necesitaba ya tantos buques en activo. Pasó entonces a formar parte de la Flota de Reserva del Pacífico, que con su análoga del Atlántico tenía por misión preservar a buques inactivos, pero aptos para ser puestos de nuevo en servicio en caso de necesidad, precaución ésta muy conveniente en los años de la Guerra Fría. Finalmente, sería desguazado en 1960. No obstante su recuerdo no se ha perdido, puesto que en Estados Unidos se creó la USS San Diego (CL-53) Memorial Association Inc., una sociedad encargada de velar por su memoria que erigió en el puerto de San Diego un monumento conmemorativo en recuerdo de este barco.




El AF-6 USS San Diego en 1988
Fotografía tomada de la Wikipedia


En 1969 un nuevo San Diego, el tercero, entró a formar parte de la Armada de los Estados Unidos. En esta ocasión se trataba de un buque auxiliar, concretamente un buque de aprovisionamiento de combate o combat store ship en inglés. Pertenecía a la clase Mars, de la que era la sexta unidad de un total de siete, correspondiéndole el ordinal AFS-6. Estuvo en servicio hasta 1997, aunque en 1993 fue dado de baja como unidad de combate siendo transferido al Comando de Transporte Marítimo Militar de la Marina de los Estados Unidos, bajo el nuevo ordinal T-AFS-6.




Ceremonia de entrega a la Armada norteamericana del LPD-22 USS San Diego, en mayo de 2012
Fotografía tomada de la Wikipedia


El cuarto y último USS San Diego es un buque de transporte anfibio (amphibious transport dock en la terminología inglesa) perteneciente a la clase San Antonio, de la que bajo el ordinal LPD-22 constituye la sexta unidad de un total de ocho, a las que se sumarán otras tres actualmente en construcción.

El San Diego es un barco muy moderno, ya que fue botado en mayo de 2010 y entregado a la Armada norteamericana en mayo de 2012, iniciando su vida operativa en 2013.


Publicado el 7-5-2007
Actualizado el 26-5-2021