El Rico-Home de Alcalá,
de Manuel Fernández y González





Hace unas semanas, husmeando en una librería de viejo, encontré el libro titulado El Rico-Hombre de Alcalá, escrito por Manuel Fernández y González y publicado en 1875 por el editor madrileño Salvador Sánchez Rubio en su colección Leyendas nacionales. En realidad conocía esta obra desde tiempo atrás ya que la había consultado en el archivo municipal, donde se conserva un ejemplar, pero no dudé un instante en comprarlo para permitirme ahora lo que no fue posible en su momento, leerla con tranquilidad.

Huelga decir que mi interés estribaba no tanto en su calidad literaria sino en su argumento, del cual hablaré más adelante, aunque antes de ello, y con objeto de centrarnos, conviene hacer un pequeño esbozo biográfico y bibliográfico de su autor. Manuel Fernández y González, nacido en Sevilla el 6 de diciembre de 1821 y muerto en Madrid otro 6 de diciembre de 1888, fue uno de los escritores más prolíficos de su época, y en su momento también uno de los más populares. Aunque había cursado estudios de Filosofía y Derecho en la universidad de Granada, desde muy joven se dedicó a la literatura, abarcando diversos géneros: narrativa, poesía y obras teatrales, firmando en ocasiones con el seudónimo de El diablo con antiparras.

Su fama le vino principalmente de las novelas, de las que escribió más de trescientos títulos, en buena parte publicados en forma de folletines por entregas tal como era habitual entonces. La tentación de considerarlo el Alejandro Dumas español es más que evidente, pero por desgracia aunque su prosa es amena, la calidad de su literatura deja bastante que desear, quizá no tanto por la valía de Fernández y González como escritor, sino porque su frenético ritmo de trabajo lógicamente había de afectarle bastante. Y no es que nuestro personaje no ganara suficiente dinero con sus obras, que lo hizo, sino porque su carácter bohemio y dilapidador le empujaba a ello, hasta el punto de que, pese a llegar a contar con secretarios que tomaban notas taquigráficas de lo que él dictaba, entre ellos el propio Vicente Blasco Ibáñez, acabaría falleciendo en la más absoluta pobreza.

Un detalle tomado del propio libro del Rico Home nos puede dar idea de cómo se las gastaba el bueno de don Manuel. Al final del mismo, el editor publica una nota en la que, tras disculparse por el retraso en publicarlo, afirma que “No habiendo terminado el señor Fernández y González El Rico-Hombre de Alcalá, el editor se ha visto en la dura precisión de encargar el final de la novela a otro autor, también muy apreciado del público”. De las 253 páginas de la novela tan sólo las 180 primeras fueron escritas realmente por él, correspondiendo las 73 restantes, donde se recoge todo el desenlace de la trama, a su anónimo continuador. Sin comentarios.

Aunque Fernández y González abarcó diversos géneros narrativos, tales como el costumbrismo, la novela de aventuras, la novela fantástica o los cuentos, en ocasiones con obras de títulos tan pintorescos como Historia de un hombre contada por su esqueleto, su fama le vino principalmente por sus novelas históricas, algo que no deja de ser paradójico dado que de tal tan sólo tenían poco más que la ambientación, ya que el autor no se molestaba en profundizar en los argumentos y ni tan siquiera se preocupaba por dotarlos de un trasfondo histórico mínimamente documentado y riguroso, de lo cual es buena muestra la obra que nos ocupa ya que, como es sabido, jamás existió en Alcalá ni rico-home ni señor feudal alguno, al haber pertenecido la entonces villa, prácticamente desde el momento de su reconquista, a los arzobispos de Toledo. En realidad estas novelas pueden ser consideradas como simples novelas de aventuras apenas barnizadas con unos cuantos toques seudohistóricos, lo que no impidió que, pese a la ligereza de sus argumentos, su amenidad permitiera triunfar a su autor. Quizá, puestos a especular, de haber nacido éste alrededor de un siglo más tarde podría haberse convertido en un notable escritor de bolsilibros al estilo de Marcial Lafuente Estefanía o Corín Tellado, por poner tan sólo dos conocidos ejemplos, e incluso quien sabe si hubiera acabado cultivando un género, la ciencia ficción, todavía inexistente en su época. Madera para ello, desde luego, no le faltaba.

Pese a su liviandad, algunas de sus numerosas novelas históricas han conseguido pasar el filtro del tiempo e incluso han conocido reediciones recientes, siendo las más conocidas de todas ellas títulos tales como Men Rodríguez de Sanabria, Don Ramiro de Aragón, El Cid Campeador, El cocinero de su majestad, El motín de Esquilache, La princesa de los Ursinos, Lucrecia Borgia, El pastelero de Madrigal, El Conde-Duque de Olivares, El condestable don Álvaro de Luna, El montero de Espinosa, El bufón del rey o Los amantes de Teruel, la mayor parte de ellas ambientadas en la Edad Media española. También dedicó un par de novelas a nuestro paisano Miguel de Cervantes, El manco de Lepanto y su continuación Los cautivos de Argel, reeditadas al menos en fecha tan tardía como 1954.

En cuanto a la novela que nos ocupa, El Rico-Hombre de Alcalá -éste es su título concreto, en lugar del más habitual Rico-Home-, por lo que yo sé nunca llegó a ser reeditada desde su edición original de 1875, lo que hace que sea muy poco conocida. Su argumento está basado en una obra teatral de Agustín Moreto titulada El valiente justiciero, al parecer inspirada a su vez la obra de Lope de Vega El infanzón de Illescas, y en ella se relata como don Tello García, un arrogante -e inexistente- señor feudal de Alcalá desprecia la autoridad del rey Pedro I hacia mediados del siglo XIV, negándose a rendirle vasallaje hasta que finalmente es castigado por el monarca.

Aunque Fernández y González respetó estas premisas de la obra de Moreto, cambiando eso sí el apellido del Rico-Home por el de Alvarado, introdujo de su cosecha toda una serie de elementos de índole aventurera, cuando no decididamente truculentos, que constituían la marca de la casa. Así, en la novela don Tello tiene como compañero de tropelías a don Juan de Vargas, otro noble alcalaíno, y tiene sometido a su feudo a la tiranía más arbitraria, sin más leyes que su propio capricho.

La llegada a una pequeña posesión situada en el Zulema de don Pedro de Sepúlveda, un hidalgo de Illescas, al que acompaña su joven hija doña Estrella, vendrá a trastocar la armonía existente entre ambos déspotas, ya que tanto don Tello como don Juan se encaprichan de la muchacha, enfrentándose entre ellos al intentar cortejarla simultáneamente.

La situación se complica aún más con la oportuna llegada, cuando los dos nobles están a punto de batirse en duelo, de un extraño visitante que afirma ser un rico-home asturiano, aunque en realidad se trata del propio Pedro I que, aprovechando la estancia de la corte en Madrid, ha decidido viajar de incógnito hasta Alcalá con objeto de castigar a su díscolo súbdito. Gracias a su elocuencia el monarca consigue convencer a los dos rivales para que desistan de sus propósitos, pero a su vez se siente prendado de la muchacha y no está en modo alguno dispuesto a consentir que se le escape la presa. Y como el rey no es menos arrogante que sus dos vasallos, durante el camino de vuelta a Alcalá ordena a su escolta que se les azote y abandone desnudos, a modo de escarmiento, a mitad del camino.

Los burlados galanes, profundamente humillados, convienen en aplazar su querella uniendo sus fuerzas para combatir a su rival, pero unos sicarios enviados a la posada alcalaína donde se aloja el rey tan sólo consiguen ser muertos por la escolta del rey, el cual parte sano y salvo hacia Madrid. Pero puesto que no consigue olvidar a la inocente Estrella, poco después se presentará de incógnito en el Zulema haciéndole proposiciones de amor, a las que la muchacha responde que su amor es imposible dada la gran distancia social que existe entre ambos. Y, puesto que el fogoso monarca no está dispuesto a cejar en su empeño, amenaza con arrojarse a un pozo si no la respeta.

Es entonces cuando entra en escena un nuevo personaje, Jacinta, una joven gitana seducida tiempo atrás por el monarca, del cual ha quedado embarazada, y abandonada poco después por éste. La gitana, tras haberle seguido durante todo ese tiempo, se da ahora a conocer al sorprendido rey, salvando in extremis la honra de Estrella. Jacinta marcha con Pedro, que la sigue dócilmente, explicándole que arrojada al arroyo y socorrida en Illescas por Estrella y su padre sin conocer éstos su aventura, es ahora juglaresa tras haber obtenido en herencia las riquezas de un acaudalado judío que se encaprichó de ella antes de morir. Jacinta le ofrece a Pedro su tesoro, pidiéndole a cambio que le corresponda en su amor.

El monarca, siempre voluble, cae hechizado ante los encantos de la gitana, olvidándose de Estrella. Es tal su pasión, que decide casarse inmediatamente con ella, para lo que recurre al sacerdote franciscano que oficia de ermitaño en la ermita de la Veracruz. Convertidos ya en marido y mujer, aunque su matrimonio habrá de ser necesariamente secreto dada la condición plebeya de Jacinta, deciden volver a Madrid, para lo cual deben atravesar el Henares. Allí ha dejado apostado don Pedro a su fiel escudero, el cual descubre que tanto el Rico-Home como don Juan, ambos intentando engañar al contrario, pretenden cruzar sigilosamente el río para apropiarse de la inadvertida Estrella. El escudero del rey, aprovechando la oscuridad de la noche, se las apaña para provocar una batalla campal entre las escoltas de los dos nobles, de la cual el peor parado es don Tello, que acaba siendo capturado por el rey, mientras don Juan, herido, logra escapar a uña de caballo. Aquí, por cierto, es donde acaba la parte escrita por Fernández y González, correspondiendo todo lo posterior a su anónimo continuador.

Mientras don Pedro y Jacinta, junto con su prisionero, vuelven a Madrid, en Alcalá cunde la alarma al descubrirse la desaparición de su señor, lo que motiva que el alcaide del castillo organice una batida nocturna con objeto de rescatarlo. No lo consiguen, pero llegados hasta la casa del Zulema hacen presos a don Pedro de Sepúlveda y a su hija, creyendo erróneamente que éstos son culpables, o cuanto menos cómplices, de la desaparición de su señor.

Algunas semanas más tarde, mientras don Tello se pudre en las mazmorras del alcázar madrileño, el rey ve con desesperación como su amada esposa fallece víctima de una enfermedad repentina. A raíz de entonces Pedro I comienza a comportarse como un auténtico demente y, al recordar que sigue teniendo prisionero al Rico-Home, manda llevarlo a su presencia. Tras recriminarle su arrogancia, le promete el perdón si le rinde vasallaje y reconoce su sometimiento a la soberanía real, pero don Tello, soberbio hasta el fin, se niega a ello, por lo que el monarca decreta su ajusticiamiento público.

Éste tiene lugar en Alcalá, en el propio castillo del Rico-Home a la vista de sus vasallos, mediante el infamante ahorcamiento ya que al desdichado don Tello se le niega la decapitación, tal como le correspondería dada su condición de noble. Consumada su muerte, el rey decreta la incautación de todos sus bienes y acto seguido abandona Alcalá, puesto que la guerra civil que le enfrenta con su hermanastro Enrique requiere su presencia en otros lugares del reino.

La novela finaliza con un breve epílogo en el que el desconocido autor que la concluyó explica de forma escueta los avatares de los personajes supervivientes. Estrella, retornada con su padre a Illescas, acabará contrayendo matrimonio con un hidalgo local, al igual que lo hará don Juan con una novia procedente de la nobleza. En cuando al rey, se relatan sucintamente sus últimos avatares, incluyendo su asesinato a manos de su propio hermanastro en los campos de Montiel.

Como puede comprobarse, amén de las incongruencias históricas el argumento de la novela resulta ser bastante flojo y cargado de tópicos, con bruscos cambios en la trama que van dejando cabos sueltos que el autor -o los autores- no se molestaron en revisar, aunque lo que sí es cierto es que Fernández y González se documentó con algunos datos geográficos -de ahí las referencias al Zulema o al Henares- e incluso históricos, ya que efectivamente existió una ermita medieval de la Vera Cruz en la meseta del cerro del Ecce Homo. Y por supuesto es entretenida, de modo que si se lee como una simple novela de aventuras sin mayores pretensiones podrá resultar incluso hasta agradable, algo que no se puede decir de muchas obras más modernas -cuando no contemporáneas- que, a fuer de pretender ser trascendentes, lo único que consiguen es acabar siendo plúmbeas. Y desde luego, si Fernández y González y su editor lo único que pretendían era divertir a sus lectores sin demasiadas exigencias, es evidente que lo lograron plenamente.


Publicado el 22-7-2006, en el nº 1.961 de Puerta de Madrid
Actualizado el 26-7-2006